Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Parece un cuento de horror, pero el siguiente relato está basado en millones de casos reales. Para ser exactos, más de 10 millones al día, tan sólo en Estados Unidos.

Patrick estaba en otro viaje de negocios. Llevaba dos días sin llamar. Demasiado trabajo, decía, cada vez que le recriminaba. Yo ya me estaba acostumbrando a dormir sola, a no hablar con nadie durante semanas. Aquella tarde, después de trabajar varios días seguidos encerrada en casa, necesitaba aire fresco. Aire fresco y aquel postre de chocolate que sólo venden en la pastelería de la esquina. Me puse mis Crocs, abrí la puerta de casa y allí, en el porche, lo ví. Era un paquete de Amazon, igual a todos: una caja de cartón, una sonrisa sin ojos. Lo levanté y noté que estaba a mi nombre. Qué extraño, no recordaba haber pedido algo. Lo puse en la mesilla cercana a la puerta, no quise abrirlo y perder el impulso de salir. Ya eran casi las cuatro de la tarde, la pastelería estaba por cerrar. Salí y caminé quince minutos, el tiempo justo para comprar el postre de chocolate y algo de helado.

De regreso a casa, cuando fui a tomar el paquete de la mesilla, noté que, a su lado, había otro envoltorio, también de Amazon. No recordaba haberlo visto cuando salí. También estaba a mi nombre. Abrí los paquetes. En uno, una herramienta de cocina para cortar bananas, el Banana Slicer. Recordé haberlo encargado en algún momento, tenía buenas reseñas y estaba en descuento. En el otro, un libro de jardinería. Qué raro, nunca me ha interesado la jardinería. Tal vez Patrick lo había comprado a mi nombre para darme ideas de cosas por hacer, le preocupaba que no tuviera pasatiempos más allá de comer y comprar. Tal vez quería distraerme, para que dejara de molestarlo con aquello de pasar más tiempo juntos. Ahora que estaba tan cerca de su ascenso, no podía distraerse con eso. Devolví el libro y el Banana Slicer a sus paquetes y los dejé sobre la mesilla de la entrada. Patrick regresaría al día siguiente a mediodía, ya tendría tiempo de arreglar la casa y poner los cartones en el reciclaje antes de su regreso. En ese momento, lo único que quería era lanzarme a la cama, comer pastel con helado, ver una serie en Netflix y dormir. Dormir, dormir y dormir sin rendirle cuentas a nadie.

Me despertaron los golpes a la puerta y los gritos de Patrick llamando mi nombre. Abrí los ojos y ví que estaba en pijama. Había un poco de helado derretido desparramado sobre la cama. La televisión del cuarto mostraba el menú de Netflix. Escuché de nuevo mi nombre y más golpes a la puerta. Luego el timbre, repetidas veces. Miré la hora: Eran las dos de la tarde. ¿Había dormido todo ese tiempo desde el día anterior? Y Patrick, ¿cuánto tiempo llevaba tratando de entrar? ¿Por qué no había usado su llave? Salté de la cama y tropecé con un paquete de Amazon. No estaba allí la noche anterior. Entre mi cama y la puerta del cuarto, más de treinta paquetes. Los había de todas las formas y tamaños: de cartón, de plástico blanco con letras azules, algunos en su empaque original, pero con el logo inconfundible de la sonrisa sin ojos. Esquivando paquetes logré llegar hasta la puerta del cuarto. La abrí y entonces los ví. Cientos y cientos de paquetes marrones sonrientes me impedían el paso. Los paquetes llenaban el pasillo, las mesas, los cuartos, las esquinas. No había por dónde caminar, jamás lograría llegar hasta la puerta de entrada. Afuera, Patrick forcejeaba con la puerta a medio abrir. Torres y torres de paquetes le impedían abrirla.

—¡Ya voy! —Le grité a Patrick.

Pero no fui. Retrocedí un par de pasos, cerré la puerta de nuestro cuarto y me volví a acostar. El helado, derretido y tibio, siguió desparramándose lentamente por el edredón de flores. Ya compraría otro edredón al despertar, Amazon tiene unos buenos y están en descuento. Me cubrí la cabeza para no escuchar, afuera, los gritos de mi marido. Ya no había espacio para él en nuestra casa. Cerré los ojos y me dormí feliz. Cientos de paquetes sonrientes velaban por mi descanso. Mientras existiera Amazon, nunca estaría sola.

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